Queremos ver nieve
En 1984 hubo dos grandes nevadas en Bariloche. Una de ellas fue en junio, dos meses antes de nuestro viaje. La otra recién en septiembre. Se comentaba en el colegio que una de las divisones de Nacional había quedado varada en la ruta por más de diez horas. Todos los dias nos enterábamos que Fulanito de tal colegio habia tardado un dia y medio en llegar y otro tanto en volver. Lo cierto es que cuando nosotros llegamos la ciudad estaba sin nieve y así estuvo durante toda la semana.
El segundo día en Bariloche incluyó la excursión al Cerro Otto aunque previamente hicimos el paseito por el Punto Panorámico. En realidad fuimos engañados porque nos llevaron a un lugar que no era el Punto Panorámico en sí sino que era un sitio que podía ser observado desde el verdadero Punto, lo cual no era lo mismo. Lo importante del asunto fue que pudimos ahí estar, por fin, con la nieve. Me acuerdo de la exitación de todos. Guerra de bolas de nieve, gritos, enfriamientos varios. Igual el plato fuerte del día aun estaba por llegar.
Subimos al teleférico del Cerro Otto y una vez allá arriba, en medio de un solazo que nos bronceó las caras, practicamos un deporte que por cada minuto de acción exigía más o menos media hora de recuperación: el "culipatín". No era más que tirarse en fila sentados uno agarrado al otro y dejarse caer por la ladera del cerro. Maravillosa sensación. En segundos se podía bajar velozmente unos cuantos metros. Eso sí: una vez abajo lo jodido era subir. No había aerosilla ni cablecarril. Solo nuestras abundantes energías adolescentes. Todo muy lindo con la nieve pero el tema era que los días pasaban y no veíamos nevar.
Al otro dia hicimos otra excursión de las ineludibles, el Cerro Catedral. Apostamos todas nuestras energías a que veríamos la nieve caer pero esto fue así solo para cuatro de nosotros. Mañana nublada, foto para el mural, clases de ski con la profesora Florencia y comida de verdad (no la mierda que se comía en el Bariloche Center) en una linda confitería al pié del cerro. Está bueno esquiar. Ahí entendí por qué para los chetos es algo "divertido". Por la tarde el cielo seguía encapotado y gris pero la nieve no caía. Hacía cada vez más frio pero de nevar ni hablar. Al momento de contratar el viaje los tipos de la empresa tenían tantas ganas de cerrar el acuerdo que terminaron cediendo en algunos puntos. Uno de ellos fueron las ascenciones ilimitadas en una de las aerosillas. Podíamos ir hasta el final del tercer tramo si lo deseábamos. Una vez ahí la idea no entusiasmaba a todos. Yo deliraba por llegar hasta la cima por una sencilla razón: había escuchado que arriba de todo estaba nevando!. Las primeras valientes fueron Marcela y Fabiana, en la silla de atras Liliana y Eduardo, después Claudia y yo y atrás nuestro Lancha con Carlitos. Al llegar a la primer estación algunos desistieron por el frio. Yo seguí camino, esta vez con Carlos. Ya en la segunda estación la cosa estaba heavy. Hacía más frio que abajo y al mirar el tercer tramo lo que se veía era que la sillita se perdía dentro de una nube y ya. Solo Carlos, Liliana y Eduardo me acompañaron. Recuerdo que en un momento con Carlos dejamos de ver a los chicos adelante nuestro. La nube tapaba todo. Gritábamos de una silla a la otra y no se escuchaba nada. "No nos habremos muerto y estamos entrando al cielo?", me dijo Carlos. Me reí y lo miré. Ambos nos sorprendimos porque nos vimos con las cabezas llenas de nieve. Sí. Por fin! Estabamos en medio de una nevada.
Bajamos en la tercer estación y duramos un par de minutos. La nieve caía y el viento helado pegaba fuerte. Además no se veía más allá de dos metros. Nos bajamos y en medio de la nada, suspendidos allá arriba la sillita se detuvo. Era algo normal pero para juntar coraje y de paso sobrellevar el frio le dimos un par de besos a mi petaca que estaba cargada con licor de café. Recién al llegar a la segunda estación pudimos sacarnos una foto que atesoro con mucho cariño. Al seguir bajando nos cruzábamos con otros que apenas iban subiendo.
Al otro dia era la Fiesta Nacional de la Nieve. Desde la ciudad veíamos la tradicional bajada de las antorchas. Eso sí: no estaba nevando.
El viaje terminó y al llegar cuando nos preguntaban "y? vieron nevar?" solamente cuatro podíamos decir que sí. Hay veces en que vale la pena ser terco y tozudo. Para mi la tarde del 14 de agosto de 1984 fue una de esas veces.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 hablaron:
me gustaria saber de donde son ya que en el 84 estuve en bariloche en octubre y quisiera saber si ustedes eran los que viajaron con mi grupo
Publicar un comentario