
Para casi todos mis compañeros existe un profesor favorito. Su relación con el grupo fue más allá del ámbito del colegio. Querido por muchos (inclusive por algunas madres), el profesor de Castellano supo ganarse el cariño y el respeto de casi todos. Menos el mio.
Cuando ingresé en segundo año él era uno de los profesores que ya conocía a mis compañeros. Me costó asimilar su perfecto método para el análisis sintáctico (las "cajas") pero debo reconocer que fue la primera vez que le encontré totalmente la lógica al asunto. En segundo año en cada trimestre una de las notas a promediar surgía de un dictado en el que cada error de ortografía costaba 1 punto y cada acento omitido o mal colocado restaba 50 centésimos. Creo haberme sacado dos 9,50 y hasta un 10 en esos dictados pero mis sucesivos promedios trimestrales (dos 7 y un 7,50) indican que con el resto de la materia había alguna dificultad. Ese año nos hizo leer El Casamiento de Laucha donde en el Capítulo VIII el protagonista va a ver a un cura napolitano. Preguntó si alguno podía traducir las palabras del cura. Silencio en el aula. Me di cuenta que con un par más o menos zafaba y levanté la mano. Me sorprendí a mi mismo pudiendo traducir al voleo desde el italiano ya que por más apellido que tengo mi abuelo paterno nunca fue "el nono" sino un señor nacido en Banfield. Una compañera de apellido italiano se acercó al final de la hora a felicitarme pero aun habiendo mostrado mi destreza no logré del profesor un gesto de aprobación. Ni esa vez ni nunca.
En tercer año el tipo seguía siendo mi profesor. El inconveniente para mi era que Ortografía ya no formaba parte del programa así que para llegar a un 7 me iba a tener que esforzar. Habiendo aprendido a leer y a escribir a los tres años, viviendo en una casa con cuatro bibliotecas, siendo hijo de un escritor y teniendo a los quince años ya una buena cantidad de libros leídos por puro placer en mi haber se supone que Castellano no debería darme problema alguno. Pero parece que con eso no alcanzaba. Había algo en mi persona que al profesor no le gustaba y cuando estábamos en tercero el tipo ya no lo podía disimular. Un dia me hizo pasar al frente a escribir una oración y luego analizarla. La primer palabra emepezaba con P. Mi letra manuscrita nunca fue agradable, es el día de hoy que la evito cada vez que puedo. Pero ese dia tuve que escribir una P mayúscula que lo molestó, "mire esa letra, parece un cartel de la feria". Seguì escribiendo. Mis manos, como casi toda la vida me sucediò, transpiraban y al tocarme una pierna los pantalones quedaron con tiza "mire esos pantalones, parece el mameluco de un obrero", lo cual para él estaba terriblemente mal. Le daba tanto asco como la Vaquera de la Finojosa a la que no dudó de tildar de "sucia" por el hecho de ser una campesina. Ese año nos mandó a comprar un libro llamado Setenta años de Narrativa Argentina, un interesante compilado de cuentos nacionales de las primeras siete décadas del siglo pasado. Nos hizo leer el cuento VI de La Sala de Espera de Mallea (terrible e intenso) y algunos otros. Entre los cuentos que no leímos estaba Esa Mujer de Rodofo Walsh que lo leí por mi cuenta. Le pregunté a mi viejo bien de qué se trataba porque yo tenía mi sospecha respecto de quien era "esa mujer". -Vamos a leer el cuento "Esa Mujer" de Rodolfo Walsh? -No, me contestó seco. Me pareció que le molestaba mi pregunta así que insistí: -Es cierto que habla de una historia cierta de un militar que secuestró el cadaver de Evita? -No sé, no sé, no sé. Lo dijo tres veces. Como que le era necesario afirmar que no lo sabía. Al darme cuenta de que le molestaba fui por más: -Es cierto que Rodolfo Walsh está desaparecido?. Pensé que se iba a animar a contestar pero insistió: -No sé, no sé, no sé. Evidentemente formaba parte de esos argentinos que en la dictadura preferían no saber.
Un dia mandó a hacer un trabajo práctico y pasó banco por banco a retirarlo. Alguien habia faltado así que me cambié de lugar y me senté adelante del Cafiu. Me di vuelta para hablar con él y cuando escucho que el tipo se acercaba me fui dando vuelta hacia adelante en medio de un bostezo. De repente: Plaf!!! Sonoro cachetazo me puso el tipo. Sí, un profesor le pegó a un alumno. El profesor era él y el alumno era yo. -Vaya a lavarse la cara, me gritó nervioso. Me puse la mano en la cara y lo miré como diciendo "no sabes la que te espera" y salí del aula pero no fui al baño, sino que me fui derechito a la preceptoría. El tipo me había dado soberano cachetazo muy bien puesto. Con toda la saña. Como la cara aun me dolía supuse que todavía tendría marcados sus deditos y efectivamente así era. -Me pegaron, me pegaron, dije haciendo escándalo. -Quién te pegó? preguntó Irma. En lugar de contestar le pregunté -Tengo los dedos marcados todavía?, -Sí, pero decinos quién te pegó. -Quiero hablar con La Señorita, dije enojado. Lejos estaba yo de ser el favorito de la jefa de preceptores pero la cara de la tipa cuando le dije quien era el agresor era para la foto. Llamaron a La Señorita al toque y ahì nomás le dije: -El profesor de Castellano me acaba de pegar un cachetazo porque bostecé y le aviso que esto se lo voy a decir a mi papá. Quedaron desconcertadas. En general las disputas en las que yo estaba involucrado solían tener un claro culpable, o sea yo. Esta vez no era así.
A los pocos dias mi viejo fue citado. Desde el aula donde hicimos tercero era facil ver a los que llegaban al colegio y entraban (todavìa en esa época) por la calle Guidi. Era solo cuestion de mirar a la izquierda y ver como la gente se perdía por la pared detrás de nuestro pizarrón. Alguien de mi confianza hizo la bromita: -Uy, miren, viene el padre de Mariano. El tipo miró de reojo para afuera. -Qué pasó Mariano, te portaste mal? preguntó otro ironicamente. Yo trataba de mantener la compostura aunque me sabía ganador ese día. Al finalizar la hora lo vi ir derechito hacia la rectoria. Parecía más chiquito de lo que realmente es. Era invierno aunque esa mañana pasó el verano de su vida. Tuvo que escuchar que el padre del que tenìa letra de feriante resulta que era ni más ni menos que un escritor, o sea alguien que hace lo que él unicamente enseña. Y para colmo mi viejo (que llegó manejando un auto que el profesor no tenía) le dijo que vestirse como obrero no era deshonra sino orgullo. Se lo dijo vestido de traje. El tipo transpiraba y balbuceó una disculpa. Mi papá le regaló el que por entonces era el segundo de los once libros que lleva publicados en lo que creo que haya sido la mayor humillación para ese profesor en todo ese asunto.
Me llevé la materia a Diciembre lo que me causaba tanta gracia como llevarme Mecanografía o Inglés. Claro que en este caso tenía que leer mucho más. Para fin de año el tipo se acercó mucho a mi curso a punto tal que todas las nochecitas de Diciembre del 82 me lo cruzaba en la puerta de la casa de algún que otro compañero cuando aprovechaba para recitarle: "Moça tan fermosa non vi en la frontera como una vaquera de la Finojosa". El dia previo al examen me desperté con tortícolis. Ja! Mi vieja me leía las conjugaciones de los verbos y yo como podía lo repetía. Me puso un 5 y me sonrió.
Todo podría haber terminado ahí pero el verano siguiente yo me ilusionaba con ir con mis compañeros de campamento a Santa Teresita. Recuerdo un dia llegar a la puerta de la casa de alguien y ver cómo todos se callaban la boca al verme. Todos incluido este profesor. Que en esa oportunidad se comportó como un chico más. Yo no entendía el por qué de ese silencio. Amigos son los amigos, así que fue mi amigo quien me explicó clarito lo que pasaba. Yo debía dejar de preguntar por el campamento por una sencilla razón: yo no estaba incluido y el profesor sí. Alguna vez le eché en cara a algún que otro compañero haberme dejado a un lado en esa. En realidad me equivoquè. No podía culpar a ningún chico de dieciseis años por la actitud de un adulto de más de treinta.
Años más tarde entendí eso y mucho más. Entendí también por qué tanto García Lorca todos los años, entendí que mi sola presencia estaba destinada a disturbarlo.
A principios de este siglo estaba en el andén de la Estación Lanús esperando el tren para Constitución y lo vi. Estaba igual. Lo miré y no me reconoció. Subimos al tren y mientras lo miraba leer un librito pensaba. Me preguntaba si se imaginaba que algún alumno suyo despues de terminar el secundario hubiera leído libros enteros de García Lorca. No creo que algún compañero mio lo haya hecho. Mucho menos sus alumnos favoritos. Yo leí Mariana Pineda, Yerma, todo el Romancero Gitano, la Cancion del Mariquita, La Zapatera Prodigiosa y además soy el único de mi curso que puede de memoria recitar los versos que comienzan diciendo:
En tercer año el tipo seguía siendo mi profesor. El inconveniente para mi era que Ortografía ya no formaba parte del programa así que para llegar a un 7 me iba a tener que esforzar. Habiendo aprendido a leer y a escribir a los tres años, viviendo en una casa con cuatro bibliotecas, siendo hijo de un escritor y teniendo a los quince años ya una buena cantidad de libros leídos por puro placer en mi haber se supone que Castellano no debería darme problema alguno. Pero parece que con eso no alcanzaba. Había algo en mi persona que al profesor no le gustaba y cuando estábamos en tercero el tipo ya no lo podía disimular. Un dia me hizo pasar al frente a escribir una oración y luego analizarla. La primer palabra emepezaba con P. Mi letra manuscrita nunca fue agradable, es el día de hoy que la evito cada vez que puedo. Pero ese dia tuve que escribir una P mayúscula que lo molestó, "mire esa letra, parece un cartel de la feria". Seguì escribiendo. Mis manos, como casi toda la vida me sucediò, transpiraban y al tocarme una pierna los pantalones quedaron con tiza "mire esos pantalones, parece el mameluco de un obrero", lo cual para él estaba terriblemente mal. Le daba tanto asco como la Vaquera de la Finojosa a la que no dudó de tildar de "sucia" por el hecho de ser una campesina. Ese año nos mandó a comprar un libro llamado Setenta años de Narrativa Argentina, un interesante compilado de cuentos nacionales de las primeras siete décadas del siglo pasado. Nos hizo leer el cuento VI de La Sala de Espera de Mallea (terrible e intenso) y algunos otros. Entre los cuentos que no leímos estaba Esa Mujer de Rodofo Walsh que lo leí por mi cuenta. Le pregunté a mi viejo bien de qué se trataba porque yo tenía mi sospecha respecto de quien era "esa mujer". -Vamos a leer el cuento "Esa Mujer" de Rodolfo Walsh? -No, me contestó seco. Me pareció que le molestaba mi pregunta así que insistí: -Es cierto que habla de una historia cierta de un militar que secuestró el cadaver de Evita? -No sé, no sé, no sé. Lo dijo tres veces. Como que le era necesario afirmar que no lo sabía. Al darme cuenta de que le molestaba fui por más: -Es cierto que Rodolfo Walsh está desaparecido?. Pensé que se iba a animar a contestar pero insistió: -No sé, no sé, no sé. Evidentemente formaba parte de esos argentinos que en la dictadura preferían no saber.
Un dia mandó a hacer un trabajo práctico y pasó banco por banco a retirarlo. Alguien habia faltado así que me cambié de lugar y me senté adelante del Cafiu. Me di vuelta para hablar con él y cuando escucho que el tipo se acercaba me fui dando vuelta hacia adelante en medio de un bostezo. De repente: Plaf!!! Sonoro cachetazo me puso el tipo. Sí, un profesor le pegó a un alumno. El profesor era él y el alumno era yo. -Vaya a lavarse la cara, me gritó nervioso. Me puse la mano en la cara y lo miré como diciendo "no sabes la que te espera" y salí del aula pero no fui al baño, sino que me fui derechito a la preceptoría. El tipo me había dado soberano cachetazo muy bien puesto. Con toda la saña. Como la cara aun me dolía supuse que todavía tendría marcados sus deditos y efectivamente así era. -Me pegaron, me pegaron, dije haciendo escándalo. -Quién te pegó? preguntó Irma. En lugar de contestar le pregunté -Tengo los dedos marcados todavía?, -Sí, pero decinos quién te pegó. -Quiero hablar con La Señorita, dije enojado. Lejos estaba yo de ser el favorito de la jefa de preceptores pero la cara de la tipa cuando le dije quien era el agresor era para la foto. Llamaron a La Señorita al toque y ahì nomás le dije: -El profesor de Castellano me acaba de pegar un cachetazo porque bostecé y le aviso que esto se lo voy a decir a mi papá. Quedaron desconcertadas. En general las disputas en las que yo estaba involucrado solían tener un claro culpable, o sea yo. Esta vez no era así.
A los pocos dias mi viejo fue citado. Desde el aula donde hicimos tercero era facil ver a los que llegaban al colegio y entraban (todavìa en esa época) por la calle Guidi. Era solo cuestion de mirar a la izquierda y ver como la gente se perdía por la pared detrás de nuestro pizarrón. Alguien de mi confianza hizo la bromita: -Uy, miren, viene el padre de Mariano. El tipo miró de reojo para afuera. -Qué pasó Mariano, te portaste mal? preguntó otro ironicamente. Yo trataba de mantener la compostura aunque me sabía ganador ese día. Al finalizar la hora lo vi ir derechito hacia la rectoria. Parecía más chiquito de lo que realmente es. Era invierno aunque esa mañana pasó el verano de su vida. Tuvo que escuchar que el padre del que tenìa letra de feriante resulta que era ni más ni menos que un escritor, o sea alguien que hace lo que él unicamente enseña. Y para colmo mi viejo (que llegó manejando un auto que el profesor no tenía) le dijo que vestirse como obrero no era deshonra sino orgullo. Se lo dijo vestido de traje. El tipo transpiraba y balbuceó una disculpa. Mi papá le regaló el que por entonces era el segundo de los once libros que lleva publicados en lo que creo que haya sido la mayor humillación para ese profesor en todo ese asunto.
Me llevé la materia a Diciembre lo que me causaba tanta gracia como llevarme Mecanografía o Inglés. Claro que en este caso tenía que leer mucho más. Para fin de año el tipo se acercó mucho a mi curso a punto tal que todas las nochecitas de Diciembre del 82 me lo cruzaba en la puerta de la casa de algún que otro compañero cuando aprovechaba para recitarle: "Moça tan fermosa non vi en la frontera como una vaquera de la Finojosa". El dia previo al examen me desperté con tortícolis. Ja! Mi vieja me leía las conjugaciones de los verbos y yo como podía lo repetía. Me puso un 5 y me sonrió.
Todo podría haber terminado ahí pero el verano siguiente yo me ilusionaba con ir con mis compañeros de campamento a Santa Teresita. Recuerdo un dia llegar a la puerta de la casa de alguien y ver cómo todos se callaban la boca al verme. Todos incluido este profesor. Que en esa oportunidad se comportó como un chico más. Yo no entendía el por qué de ese silencio. Amigos son los amigos, así que fue mi amigo quien me explicó clarito lo que pasaba. Yo debía dejar de preguntar por el campamento por una sencilla razón: yo no estaba incluido y el profesor sí. Alguna vez le eché en cara a algún que otro compañero haberme dejado a un lado en esa. En realidad me equivoquè. No podía culpar a ningún chico de dieciseis años por la actitud de un adulto de más de treinta.
Años más tarde entendí eso y mucho más. Entendí también por qué tanto García Lorca todos los años, entendí que mi sola presencia estaba destinada a disturbarlo.
A principios de este siglo estaba en el andén de la Estación Lanús esperando el tren para Constitución y lo vi. Estaba igual. Lo miré y no me reconoció. Subimos al tren y mientras lo miraba leer un librito pensaba. Me preguntaba si se imaginaba que algún alumno suyo despues de terminar el secundario hubiera leído libros enteros de García Lorca. No creo que algún compañero mio lo haya hecho. Mucho menos sus alumnos favoritos. Yo leí Mariana Pineda, Yerma, todo el Romancero Gitano, la Cancion del Mariquita, La Zapatera Prodigiosa y además soy el único de mi curso que puede de memoria recitar los versos que comienzan diciendo:
Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a La Alhambra,
las tres y las cuatro solas.
donde viven las manolas,
las que se van a La Alhambra,
las tres y las cuatro solas.
El tren llegó a Constitución. Yo ya intuía dónde se iba a bajar porque para esa altura yo ya sabía dónde y con quién vivía el tipo. Así que fui bueno y recién una estación antes de que haga su combinación lo encaré. -Vos fuiste mi profesor de Castellano. -Sí? No me acuerdo de vos. Decime tu apellido. -Mi apellido no, te voy a decir algo por lo que me vas a recordar seguro. Vos me pegaste un cachetazo. Su cara se transformó. De repente era otra vez aquel hombrecito al que retaron en la rectoria por mano larga. -No sé, no sé, no sé, dijo. Lo que me hizo suponer que sabía. Sabía tanto como sabía que Rodolfo Walsh había sido secuestrado por la dictadura. Aunque para reconocer ciertas cosas hace falta un poco de coraje.