Hay café


Siempre fui un buen alumno en Matemáticas. Es más, en tercer año iba a particular solo para esa materia, sin necesitarlo, con una chica que era mi vecina de al lado y que por aquella época estudiaba el profesorado de Matemáticas, algo que alguna vez imaginé como un futuro posible para mi. A diferencia de lo que le pasaba a muchos yo jamás me llevé Matemáticas. Habiendo aprendido a sumar y restar ya desde el jardín de infantes las matemáticas son algo de lo que siempre disfruté. Hasta me compro los libros de Adrian Paenza hoy dia y de vez en cuando miro Alterados por Pi.
Hacer el comercial en mis épocas implicaba mucha carga horaria en esta materia. Es por esto que acumulo recuerdos diversos de cada una de las profesoras que tuve. Una de ellas fue un verdadero personaje que me enseñó tanto a sacar una raiz cuadrada sin usar la calculadora en segundo año, como a diferenciar el descuento comercial del descuento compuesto en quinto.
Era muy bajita, tanto o más que el más bajo de mis compañeros. Venía a la escuela en un Falcon que le quedaba muy grande. Apenitas si se le veía la cabeza al manejar. Su escasa altura contrastaba con su potente voz, pregnante y chillona. Su relación con la pronunciación de la N y la Ñ era ambigua. O la omitía como cuando hablaba de una función "costante" o la remarcaba como cuando al grito de "senñnñnñniores" nos reprendía. "Tienununo" era otra de sus muletillas favoritas y si la cosa se ponía densa en el curso cortaba todo jolgorio al grito de "ejercicio número". Así, a secas. Nunca te decía qué número, eso era cosa tuya.
Había sido profesora de mi hermano (cuya relación con la matemática es bien diferente a la mía) lo que hizo que ya de entrada me tuviera entre ceja y ceja.
Sus patillas se extendían hacia sus mejillas y por lo que a simple vista podía observarse luchaba contra eso con una prestobarba o similar. No siempre lo lograba y a veces los canutos se marcaban en su cara más de lo deseado. Eran esos los días en que la recibíamos al grito de "hay café, hay café" y por lo bajo rematábamos "hay que afeitarse".
El último trimestre de quinto con un 6 me alcanzaba, pero arranqué para atrás, con dos cuatros. Necesitaba al menos un 9,50 en la última prueba para que me cerrara el promedio. No hubo caso. Me dió una última oportunidad, la última clase. Me sentó en el primer banco y muchos de mis compañeros me hacían una barrera para tapar mientras Patricia se hacía la boluda y me ponía una hoja con las fórmulas casi en mi cara. Sonó el timbre, yo sabía que estaba en el horno. La corrí por el patio y le supliqué. Le expliqué que iba a estudiar Psicología y que no iba a necesitar saber Matemática Fïnanciera para mi futura formación profesional. Me preguntó si era verdad. Le juré que sí con la tranquilidad de que no era verso. Su mirada se ablandó un poco aunque no me aseguró nada. Por un segundo dejamos de ser la profesora y el alumno y fuimos apenas dos personas. Con las manos suplicando me arrodillé en el piso e intenté besarle un zapato. Zafó el pié sorprendida y me dijo "bueno, tampoco se rebaje". Al otro día fui a ver las sábanas, esas grillas de fin de año donde decía materia por materia quién se la llevaba y quién no. Y la dama cuya altura en metros es igual a 1 más la mitad de 1 me hizo mi regalito de egresados y me aprobó. Salú, Susanita! Nunca me voy a olvidar. Ni de vos ni de tu voz.

1 hablaron:

Anónimo dijo...
29 de octubre de 2009, 12:37

eltiemponopasa:
No sé cómo, pero yo en quinto no me la llevé, me parece que tuviste mucho que ver en eso...
El resto de los 4 años matemáticas era una cita obligatoria en Diciembre.
Si habré llorado de risa por las cargadas a ésta mujer.
Ahora que lo veo del otro lado, erámos despiadados!!!, no?