En 1980 mi hermano hizo esa excursión. Sus compañeros estaban algo cansados así que muy poquitos decidieron hacer el descenso en trineo. Lo irregular de la ladera hizo que su trineo se estancara y saliera eyectado hasta quedar a escasos dos metros de un precipicio. No pasó nada. Pero se confirmó la teoría de que ese lugar es peligroso para andar jodiendo con un trineo.
Cuando me toco el turno de ir a Bariloche recibí la advertencia familiar: "ojo, que no te pase como a tu hermano". No, claro! Que va! A mi no me iba a pasar.
Recuerdo que fuimos a Piedras Blancas en un micro más chico. El Rio de la Plata era demasiado grande para ese camino sinuoso y lleno de precipicios. Al llegar la mayoría del curso decidió prescindir del paseito en trineo. Qué pude haber hecho yo? Obvio! Saqué mi pase para tres bajaditas. En la primera la cosa ya mostraba su carácter peligroso. Era muy dificil mantener la estabilidad dada la irregularidad del terreno. Además la forma de ese trineo hacia que el "culipatín" se desarrollase a alta velocidad. No recuerdo cómo pero entré en una zona plagada de unas suertes de "lomos de burro" de nieve. El subir y bajar ininterrumpido hizo que perdiera el control y la manija del trineo se me estampara de lleno en mi ceja izquierda. Golpe seco! Solté el trineo y sentí un líquido caer por mi mejilla. Supuse que era nieve. Igual del cagazo no abrí los ojos. "Eduardo, Eduardo" empecé a gritar. Escucho que desde atrás me hablan: "Soy Carlos, qué te pasó?". Sin abrir los ojos me di vuelta para que me viera la cara. "Fssss! qué te pasoooooó?", me dice. Ahì me asusté. Carlos se acercó. Me pidió calma y me dijo que abriera el ojo derecho. Lo hice. Miré al suelo y pude ver una buena cantidad de sangre (mi sangre!) diluyéndose entre la blanca nieve. Esa imagen la conservo hoy como recuerdo imborrable. Entre Carlos y Eduardo me ayudaron a subir. La gente del lugar me metió en un cuartito donde me hicieron un par de curaciones y me dijeron que abajo, en la ciudad, tenía que ir al hospital a que me cosieran. Aaaay!
Una vez en el hospital me dijeron que tal vez no era necesaria la aguja (lo cual agradecì). Mis últimos dias del viaje de egresados fueron con lentes oscuros. Esa noche no fui a bolichear. Al otro dia fuimos a Grisú y de ningun modo me lo iba a perder. Así que mis compañeras me maquillaron el horrendo moretón con corrector de ojeras y ya. A bailar.
Hoy me rio de la anecdota pero eso si: aunque volví a ir a la nieve juro que en la puta vida me vuelvo a subir a un trineo.